Echo al fuego los restos del naufragio
Un año más hemos bajado a la Virgen la noche de San Juan a echar a la hoguera los restos de nuestro naufragio personal, eso que nos sobra en este final de curso.
La fiesta fue un éxito, pero esta introducción es una mera excusa para hablar de un libro poético muy recomendable: Echo al fuego los restos del naufragio del escritor burgalés Pedro Ojeda Escudero.
Buen conocedor del campo, sus paisajes y sus rincones, el autor nos regala un libro poético, que puede leerse de corrido o al azar, pero en el que sin duda el lector se encontrará identificado, y en más de un pasaje. (1)
Libro en verso y prosa, porque la poesía no tiene por qué verse sometida al corsé de la rima, ni tan siquiera del verso. Son numerosas las referencias temporales al otoño y al invierno, estaciones en las que se escribió el libro:
Hay cierta dignidad en el vaho que se condensa en el cristal de una casa humide;
pero la primavera, y aun el verano en el que nos encontramos, también se anuncian:
Recuerdo que te llamé desde la playa.
La playa es para nosotros sinónimo de vacaciones, de verano, de calor, y de noches con amigos, tan solo iluminados por las estrellas.
El contenido social más personal está muy presente en todo él:
Volvemos siempre a los hospitales con el ánimo encogido;
y no podía faltar la tecnología dentro de los paisajes urbanos futuristas:
Los rascacielos se han convertido en exhibición técnica.
¿Por qué quemar también lo bueno?, se pregunta el autor en una reflexión posterior para los lectores de su blog, La Acequia, donde a imitación del gran poeta clásico Luis de Góngora, intenta despojarse de todo frente a la mar de sus seguidores.
No te lo dije: me quité la corbata, los zapatos y remangué los bajos del pantalón para caminar por la arena.
Aquí somos de secano y siempre nos hemos tenido que conformar para nuestros baños con el agua de arroyos y acequias. ¡Recuerdos que compartimos!:
La acequia es una conducción de agua humilde, pero que da vida a las tierras que recorre. Hasta su nombre árabe, acequia, guarda recónditos ecos de esa extraña vitalidad que suma el esfuerzo técnico del hombre a la magia de los ciclos naturales. Y una sugestiva atracción fonética. Cuando yo era niño vivía cerca de una de esas venas de agua. Era algo prohibido: los más pequeños no podíamos acercarnos a ella. Las madres nos transmitieron el temor de ahogarnos o que nos picaran mosquitos o tábanos, quizá extrañas arañas que vivían en la abundante vegetación que la flanqueaba. […] Fui creciendo y me acerqué a ella, como a todo lo prohibido. En verano era un paseo agradable […]. Al final de agosto, las zarzas que crecían a sus lados se llenaban de moras. Recuerdo las manos cruzadas por los arañazos al cogerlas. Y su sabor. […] aquella acequia sigue guardando el misterio de mi infancia.
Dejamos estas reflexiones y volvamos a nuestro pueblo. El pelele se tambalea, una vieja estructura lo sostiene, y los niños se mueven inquietos alrededor, esperando que el fuego se lleve los secretillos y esos buenos propósitos que volverán a repetirse al año siguiente.
(1) Los beneficios de este singular libro se destinan a proyectos solidarios. Las peticiones deben dirigirse directamente a su autor (pedro.ojeda.escudero[arroba]gmail.com), que envía los ejemplares por correo.
María del Carmen Ugarte
Gracias por esta reseña y por darme a conocer las tradiciones de tu pueblo, Carmen.