Los robadores de leche

Gomelia se complace en publicar el relato de Laura Serrano Isla, Los robadores de leche,  ganador del «Concurso literario Arsenio Escolar “especial coronavirus”» organizado por la Asociación Literaria Esguevanía. Nuestra más sincera enhorabuena.

Pastor rodeado de corderillos
El pastor y sus ovejas

Los robadores

(La Pastorcilla)

Espero que hoy no sea un día como ayer, en el que no daba abasto en la explotación identificando cada lechazo que había nacido e intentando buscar a sus madres, un rompecabezas difícil de componer, pero que te mantiene la cabeza despejada. Nunca había visto a mi marido tan estresado dando biberones a los huérfanos.

—¿Quieres que conduzca yo? —me dijo él.

—Prefiero hacerlo yo, —le dije—, sé lo que nos pasará antes de llegar a la autovía. Y mi intuición no me falló. Allí estaba la Guardia Civil haciéndonos señas para que parásemos. El agente, al igual que nosotros, llevaba guantes y mascarilla.

—Buenos días, ¿me podría decir dónde va y me enseña la documentación?

Creo que nunca había llevado tanta documentación encima: contrato de trabajo, permiso especial para conducir, certificado de que soy trabajadora esencial (esto me recordaba a La lista de Schindler), cartilla veterinaria de las perras… Le expliqué que era ganadera y mi marido también. Cora, mi perra pastora, ladró como nunca, creo que no le gustan los extraños. También tuvimos que enseñar al agente toda la documentación relativa a ella y comprobó que fuera bien atada. Nos dio los buenos días y nos dejó marchar, no sin antes decirnos: «Cuídense mucho». En ese momento me derrumbé y llamé a mi madre como cada mañana desde el manos libres. Y al otro lado estaba una mujer valiente de 76 años que vivía sola —se quedó viuda 30 años atrás— dándome ánimos. ¡Qué grandes son las madres en tiempos difíciles! Mis preguntas fueron : «¿Tienes tos?, ¿estás bien?, ¿tienes fiebre…?» Le faltó tiempo para decirme: «¡Hija, que estoy bien!» Ahí ya me calmé y supe que mi día iba a ser algo más tranquilo.

El renacer de las espigas del trigo y la cebada, el verde del forraje brotando de la tierra, el ruido de las ovejas hambrientas y los lechazos deseosos de mamar la leche de sus madres hacen que tu mente se traslade a otra realidad distinta a lo que está sucediendo. No sabemos el futuro de nuestro sector sabiendo que el cien por cien de los asadores están cerrados, aun así trabajas para sacar el negocio adelante y porque la solidaridad de la gente hace que tu teléfono suene pidiendo que les mandes género por mensajería, pero lees la situación de los compañeros de las distintas ganaderías y sabes que no todos podrán salir adelante, esperas que las ayudas lleguen cuanto antes y de alguna manera intentas animarles y buscar soluciones poniendo nosotros el ingenio. Pero no todos corren la misma suerte. Esta mañana he recibido la llamada de una mujer desesperada por si la comprábamos lechazos, prácticamente estaba al borde de la ruina, he intentado ayudarla de la mejor manera posible y la he aportado posibles soluciones para que no quiebre, una de ellas dejar corderas. Enseguida la facilitamos teléfonos de gente que podía ayudarla. En los próximos días la preguntaré qué tal está, al final todos somos un equipo y su voz desgarradora no se me quita de mi cabeza.

Hoy me he divertido con mis pequeños robadores, esos lechazos cuyas madres rechazan y tienes que buscar otras para alimentarlos. Mientras andas entre las pajas se te cruzan entre las piernas deseosos de que les des un poco de leche y cuando consigues alimentarlos tienes al resto subido encima de ti mordiendo con sus pequeños dientes todo aquello que lleves encima. Uno se ha hecho amigo mío y me sigue a todos lados, es el primero que bala nada más que entro en la nave. No me atrevo a ponerle nombre, sé que nuestra amistad durará poco. Uno se ha hecho amigo mío y me sigue a todos lados, es el primero que bala nada más que entro en la nave. No me atrevo a ponerle nombre, sé que nuestra amistad durará poco. Mi marido no para de reír al ver la situación, ha entrado un momento en la nave para avisarme que va a tirar abono natural al campo antes de que empiecen las lluvias. Se prevé una buena cosecha. Estoy deseando subirme al tractor con la segadora.

Mientras continúo «pegándome» con algún robador hago la lista de la compra mentalmente, me he acostumbrado a ir solo un día a la semana, tengo la suerte de tener todo lo que necesito en el pueblo y sus dueños sé que me lo agradecen. Nunca me había reído tanto (aunque la situación era más bien para llorar) por lo mal que nos quedaban a algunos las mascarillas o lo llamativo de mis guantes, pero ese momento nos evadía a todos de la realidad y en parte lo necesitábamos. Con todo lo que he comprado tendré para una semana y sueño con el rodaballo que me voy a hacer al horno y que tan bien me ha preparado Pepi, la pescadera. ¡Las tiendas de los pueblos no deberían de desaparecer nunca! Después de un día agotador se acerca la hora de ir a casa. Son ya las ocho y cuarto y no llego a los aplausos de los balcones por todos los sanitarios que están luchando en primera línea de la batalla.

Es Miércoles Santo y la autovía está desierta. Solo nos acompañan en nuestro corto trayecto a casa los camioneros que trabajan sin descanso para abastecer y que me dan lástima porque en muchos casos no encuentran un área de servicio donde poder asearse y tomar algo caliente. Todavía no me llego a acostumbrar a las calles vacías del pueblo, los bares cerrados, el centro de jubilados sin nuestros mayores jugando a las cartas, a los amigos de fuera que esperabas con ansia abrazar…, Quiero ser fuerte, pero no puedo, necesito derrumbarme, llorar, gritar— ¡¡Necesito que esto acabe!!!

Y llega el momento temido de encender la tele y asumir la realidad de lo que está pasando. Los datos son dramáticos: más de 150.000 contagiados y 15.000 fallecidos por Covid-19, un virus más fuerte que la gripe que ha paralizado el planeta, un virus que nos ha demostrado lo vulnerables que somos, un virus que, o nos hace mejor personas, o peor aún. Y lo más doloroso, un virus que se está llevando a nuestros mayores, a aquellos que lucharon en la Guerra Civil, que lucharon por un país mejor y que nos cuidaron mejor que nadie.

Me dispongo a dormir pensando en una de mis ovejas que ha sido tan valiente de parir trillizos, una supermami que llamo yo y que he dejado en un box apartada para que esté tranquila y pueda amamantar a sus crías, si no mañana me tocará «robar»-

Al fin y al cabo, la vida sigue.

Laura Serrano Isla

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